Un grupo de tres adolescentes deberán luchar para salvar a su vecindario de una peligrosa amenaza. No, no es Attack the Block y el peligro no son extraterrestres. El barrio es El Bronx y el peligro son vampiros, de ahí el muy ingenioso título Vampires vs. The Bronx, recientemente estrenada en Netflix.
El problema de esta cinta de buen corazón y no muchas ideas frescas, es que nunca se las ingenia para hacer relevante los temas que plantea. La problemática de minorías latinas y negras, además de la gentrificación de los barrios, pasan sin mucho ruido ni importancia. Es cierto que esta película está más preocupada de la aventura de estos tres amigos – Jaden Michael, Gregory Diaz IV y Gerald Jones III – y de cómo descubren que una empresa inmobiliaria llamada Murnau, está adquiriendo las propiedades del barrio. Obviamente que con ese nombre la empresa no puede más que estar dirigida por vampiros, y para despejar dudas descubrimos que el representante de la misma se llama Frank Polidori, el siempre eficiente Shea Whigham.
A la hora de las citas al género, la sutileza es solo comparable con la de un camión desbarrancando y explotando por su carga de dinamita. Pero no es por su obviedad en este y otros aspectos el motivo de que esta historia nunca logre trascender; es porque todo lo que ocurre es genérico y falto de sorpresa. Tampoco los vampiros resultan terroríficos o estéticamente especiales. Sí, ahí están, diligentes y colgando del techo, pero el suspenso, la emoción y el nervio que nos deberían transmitir, brilla por su ausencia. Aunque sin aburrir en sus escasos 85 minutos, Vampires vs. The Bronx forma parte de ese gran universo de películas en Netflix que poseen una adecuada calidad y que pronto, muy pronto, pasan al completo olvido.